Y-o


Cuando quise volver a escribir ya era demasiado tarde. La memoria me falló, las palabras no llegaron, me dio dolor de cabeza. El tiempo y sus estragos parecía haberme quitado la audacia que me dieron al nacer, esa idea de ser diferente al crear cosas a partir de letras. Y yo, que siempre pensé que no quería hacerlo por inmoralidad, me sentí solo, muy solo, al  reconocer que realmente escribía por amor. O mejor dicho, no por amor sino por su ausencia, por el frío que dejaba cuando ya no estaba, por todo lo que nadie cuenta cuando llega la ruptura. Mis mejores notas, arrugadas sí, las hice siempre esperando en alguna estación porque el tren ya se había ido. Entonces por qué ahora no escribía, si estaba más desolado que nunca luego de que el romance se fuese, no tenía ningún sentido, ninguna explicación lógica. Fue así como intenté obligarme, coloqué nuestra música, vi nuestras fotos y me forcé a escribir. Fue doloroso, pero no tanto, lloré en algún momento, pero no tanto; ya nada era igual. Quizás por eso el resultado fue una abominación de la naturaleza, un ser deforme y horrible que se me abalanzó encima intentando matarme en cuanto cobró conciencia de sí mismo. Tuve que sacrificarlo por el bien de la humanidad. Entendí entonces que ya no se trataba de amor, de reencuentros, de quimeras. Entendí que yo ya era diferente. 


Lo que no te dije




La última vez que te vi hacía frío y tenía miedo. Después de esperarte, de añorarte, de anhelarte en ese aeropuerto solitario, aterrizaste tan cambiada que apenas te reconocí. Fuimos a mi departamento en Santiago Centro en donde torpemente abrí una botella de espumante para celebrar tu bienvenida, una que no esperabas, que tampoco querías. No me miraste ni una sola vez a los ojos, y aunque sí me besaste un par de veces, tus labios ya no eran mis labios. Era extraño, había perdido algo que apenas me daba cuenta nunca fue mío. 


Tu meñique




Si te pregunto cómo te sientes

es para saber cómo estaré yo. 

Porque cuando te ríes,

me alegro.

Cuando lloras,

yo hago pucheros. 

Y si te alejas

yo dejo de ser mi mejor versión.

Qué tristeza depender así.

Mecerme de tu meñique. 

Quedarme en tu jaula

mientras acaricias mis alas.

Pero si me lo preguntasen 

antes de renacer,

hoy o mañana,

te hablaría otra vez antes de que tomases ese taxi. 


Garzón, por favor


Me gusta verte leer, la forma en la que te concentras y te deshaces del mundo, todas esas cosas imperceptibles para otros, me gustan. Te alejas volando y vuelves por algunos segundos para cambiar la página, para subrayar una frase. Mientras haces detener el tiempo en este café de la Alameda, un sitio tan viejo que tiene todos los años del propio Chile, o que al menos huele de esa manera. Y ahí estás tú y ahí estoy yo, dos jóvenes jugando a ser adultos como ocurre cuando se tiene 19 o 20 años. La verdad es que sí, ahora que lo pienso detenidamente, no sé qué haces aquí, en un sitio olvidado de Dios en el que solo hay abuelos comunistas buscando alguien a quien contar una historia. Qué haces con las piernas cruzadas, sin apenas tomar tu té, sin prestar atención al entorno. Pero sobre todo, qué haces sin voltear a verme. No lo hiciste ni la primera ni la segunda ni las siguientes veces en las que ambos hemos estado en este local. Yo me limito a no cambiar nada, a conformarme con todo. Pero quiero que me veas, quiero que me salves. Mientras afuera el país cambia y se desdobla, yo sigo aquí esperando al garzón.

¡Mi nuevo libro!


Recientemente anuncié la culminación de mi nuevo libro. Han pasado muchas cosas en mi vida desde el último que publiqué acá en Chile, por lo que me emociona volver a hacerlo. Estaré compartiendo más detalles próximamente, por ahora les dejo el vídeo que hice explicando cómo fue mi experiencia con 25 Historias para cuando cae la lluvia: